ANGEL

Hola a tod@s

Voy a ir subiendo trabajos. Unos ya estan en la red.
Otros los subiré, y habrá nuevos e inéditos.

Espero le sirva a alguien.


Saludos, Ángel

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El Lazarillo De Tormes, Ánónimo

El Lazarillo de Tormes

Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fué


“Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almarox al tiempo que cogían uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábase el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba.

Acordó hacer un banquete, así por no poder llevar como contentarme: que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentándonos en un valladar dijo:

- Agora quiero yo usar contigo una liberalidad, y es que ambos comamos ese racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partido hemos de esta manera: tú picarás una y yo otra, con la que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.

Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego del segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo habría de hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir al a par con él; mas aun pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dijo

- Lázaro: engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas de a tres.

- No comí - dije yo-; mas, ¿por qué sospecháis eso?

Respondió el sagacísimo ciego:

- ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que yo comía dos a dos y callabas.

A lo cual yo no respondí…”

(Anónimo)


El Lazarillo de Tormes

Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fué


“Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino, cuando comíamos y yo muy presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas dúrame poco. Que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese a si como yo con una paja de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su jarro entre las piernas y atrapábale con la mano, y así bebía seguro.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y dedicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo hacer frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y el calor Della, luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota que se perdía. Cuando el pobre iba a beber, no hallaba nada.

Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser.

- No diréis, tío que os lo bebo yo – decía - , pues no le quitáis mano.

Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que hallo la fuente, y cayo en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.

Y luego, otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no esperando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacía el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

Fue tal el golpecillo, que me destino y saco de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro había hecho y , sonriéndose decía:

- ¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

(Anónimo)

Saludos, Ángel



Este trozo de la obra que he entresacado es de lo más conocido.
Tuvo que ser muy mala esa época en que suceden estos relatos y cada
uno se las arreglaba para salir adelante. Eso a pesar del tiempo no ha cambiado.
La picaresca Española es rica en obras de diversos autores de los cuales gusto volver a leer de vez en cuando.

Saludos, Ángel